http://www.youtube.com/watch?v=PmeKVGkLogc
“Porque sólo puede existir duda donde existe una pregunta, una pregunta sólo
donde existe una respuesta, y ésta, sólo donde algo puede ser dicho. Sentimos que aun
cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros
problemas vitales todavía no se han rozado lo más mínimo. Por supuesto que entonces
ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta”.
Cuando leí este fragmento del Tractactus, de forma inmediata vino a mi mente
una película del director Aronofsky que vi hace no mucho: “Pi, fe en el caos”.
Esta obra trata de un matemático llamado Max Cohen quien, mediante fórmulas
numéricas y algoritmos, trata de dar respuesta al caos que envuelve la bolsa bursátil.
Puesto que no puede encontrar una respuesta lógica a toda esta secuencia de números
trata de resolver estos enigmas de forma matemática.
Este singular personaje goza además de una extraordinaria habilidad para la
resolución de operaciones matemáticas y logra dar con resultados astronómicos usando
tan solo su mente. Sin embargo, no todo son aspectos positivos en la vida de nuestro
personaje ya que se trata de una persona con una disfunción social que además, padece
dolores crónicos de cabeza desde que siendo niño se quedó mirando al sol fijamente.
Dicho acto le concedió el don de las matemáticas, pero también las insoportables
jaquecas que trata de paliar automedicándose.
Tras investigar profundamente las constantes que subyacen a los números, llega a
él un rabino que trata de desentrañar la Torá numéricamente. Entiende la Torá como una
cadena de números, un código divino enviado por Dios; y el hebreo, como un sistema
lógico-numérico. Max da con la teoría de Fibonacci, la expresión áurea y las series de
espirales que rigen la naturaleza. Así el desdichado matemático se plantea una nueva
hipótesis: “El universo está formado de números. ¿Y si estamos formados de espirales
mientras que vivimos en una espiral gigante? Resulta obsesiva para él esta búsqueda de
la verdad a través de los números.
Tanto Max Cohen como Wittgenstein tratan sus respectivas disciplinas,
matemática y filosofía, como la clarificación lógica de los pensamientos. Wittgenstein
se pregunta en el Tractactus: “¿Acaso no corresponde mi estudio del lenguaje sígnico al
estudio de los procesos de pensamiento que los filósofos consideraban tan esencial para
la filosofía de la lógica?” Ambos se preguntan por el sentido del mundo, la búsqueda
del conocimiento, el misterio de la vida y el ser. Para los dos la respuesta que buscan
está oculta tras un código: el lenguaje y la matemática.
Mientras que Max encuentra los problemas de la incomprensión del mundo en
descifrar el número Pi; Wittgenstein se plantea lo siguiente: “La mayor parte de los
interrogantes y proposiciones de los filósofos estriban en nuestra falta de comprensión
de nuestra lógica lingüística”.
Lo enigmático de esto reside en que la realidad no se refleja aparentemente en el
lenguaje como el mundo no se representa por entero en las matemáticas. Sin embargo,
Wittgenstein también tiene en cuenta este hecho y afirma: “Pero tampoco la notación
musical parece ser a primera vista figura alguna de la música, ni nuestra escritura
fonética (el alfabeto), figura alguna de nuestro lenguaje hablado.”
Resulta paradójico que en esta película, al igual que en el Tractatus, son más
los espacios que deja abiertos a la interpretación que aquellos que concluye con una
respuesta única. Estas obras nos sitúan ante preguntas trascendentales, es decir, ante un
intento de comprender el misterio, la divinidad, a Dios.
Cuando al fin Max, logra dar con el enigma de Pi y resolverlo, este enloquece
por conocer lo desconocido, tocar lo infinito a través del límite de la finitud. Es tal el
conocimiento que posee que decide acabar de forma drástica con su don encontrándose
muy cerca de acabar con su vida. Cuando esto ocurre, Max se convierte en una persona
normal que al igual que Wittgenstein decide no hablar de lo indecible, no caer en el
absurdo.
“Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final
como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene,
por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella). Tiene que
superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo.”
Y es eso mismo lo que hace el señor Cohen: logra ver el mundo, pero arroja la
escalera por la que ha ascendido al conocimiento, acaba con el don que le ha llevado a
trascender los números y captar la esencia.
Concluye Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar hay que callar.”